martes, 11 de febrero de 2014

A PROPÓSITO DE “FOBIA SOCIAL EN LA ADOLESCENCIA” DEL PROFESOR OLIVARES RODRÍGUEZ Y COLS.






Durante varios años he sido testigo de la ingente y precisa labor del profesor Olivares de la Facultad de Psicología de la Universidad de Murcia. Aparte de su estatura intelectual y moral, unió a la talla, otro de los principios básicos de la Psicología como es el de la parsimonia llamado también “navaja de Ockam”. Trabajando desde hace ya más de ocho años sobre un campo al que pocos prestan atención, quizá debido a su especificidad  poblacional: (la adolescencia), o a su probable nimiedad, consideran –algunos- los demás trastornos como más “graves”, siendo el que nos ocupa plataforma de lanzamiento para éstos, (como así nos indican algunos meta-análisis) y que  pudieran ser la drogadicción, depresión e inclusive el suicidio; provocados en parte por “ese pequeño problema” llamado de… “ansiedad social” o “timidez excesiva”.

         A su actividad investigadora hay que unirle (como no) la de docente en “Técnicas de Intervención Cognitivo-Conductuales”, (según creemos) y que culmina con la publicación de muchos y arduos artículos en revistas de reconocido prestigio de Psicología; así como la autoría solo, o en compañía, de un número no menos despreciable de libros sobre la misma o relacionada materia.

Nuestra labor en esta breve recensión será la de comentar uno de sus últimos “partos”, criatura llamada “Fobia Social en la Adolescencia” y con el subtítulo –parsimonioso, una vez más- “El miedo a relacionarse y a actuar ante los demás”. No se pueden definir con menos palabras (diez), y a cuál de ellas más precisas, el mencionado problema de conducta. (La CIE y el DSM tan denostados para los conductistas, utilizan más de quinientas para hacer lo propio).

Tómese esto como una picajosa ironía, ya que de todos es sabida la comunicación interprofesional que debe prevalecer en los diagnósticos y la referencia en cuanto a los sistemas de clasificación que debemos tener los profesionales de la Psicología. Pero es que no se pudo ser más certero al elegir los vocablos, “tirando a dar” con el dardo en la palabra (como diría el gran Lázaro Carreter), con puntería de arquero zen y propósitos comprehensivos.

Tras apuntar algunas notas introductorias sobre qué es la adolescencia con sus propios problemas “adosados”, pasa a describir lo que sucede cuando se le tiene miedo “a los otros”; como tipo de ansiedad social desadaptativa en esta población, aclarando elocuentemente dicho concepto nosológico, los distintos subtipos y su diagnóstico diferencial con otros trastornos, que tantas veces ha hecho que algunos clínicos u otros profesionales se confundan, tomando por ansiedad social lo que es agorafobia por ejemplo y, viceversa. (A una psicopedagoga que conocí durante mi licenciatura así le sucedió).

La cantidad de datos que ha tenido que manejar para elaborar el apartado de epidemiología es de digna mención. Consabida es la ardua labor del epidemiólogo. Aborda con denuedo y coraje el tema, teniendo los suficientes elementos de juicio como para dejar entrever cual es la prevalencia del trastorno, no sólo a nivel regional en las muestras que él ha estudiado (8.2%); sino tanto a nivel nacional como internacional.

De especial relevancia -e interés sugerente- es la propuesta explicativa sobre la génesis del problema que junto al profesor Caballo realizó en el año 2003 tras analizar los intentos de explicación de autores como Clark, Heimberg y Bados, entre otros.

El penúltimo capítulo dedicado a la evaluación de la fobia social, no sólo abarca la nomenclatura de todas las pruebas –incluidos, como no, los cuestionarios- de que disponemos los psicólogos para realizar un correcto y preciso diagnóstico del trastorno, sino que cita las adaptadas o creadas por él y su equipo, aportando -como no podía ser de otro modo, todos los datos relativos tanto a la fiabilidad y validez de las mismas, (de las suyas y de las demás).

En último lugar, en cuanto al tema de los tratamientos con que finaliza el pequeño pero exhaustivo manual, no podemos por menos que ser un tanto críticos, constructivamente hablando, claro está, pareciéndonos oportuno realizar sólo tres observaciones en lo que se vierte en él, referente a la farmacoterapia del trastorno.

a)      No es del todo cierto (o al menos hay excepciones que confirman la regla) decir que lo único que importa a los médicos, a la hora de prescribir fármacos es el peso del paciente, diciendo por ello que lamentablemente no hayan estudios apenas en éste área con adolescentes y -en cuya consecuencia- se puedan extrapolar los abundantes experimentos que se han realizado con  adultos, aduciendo que a los primeros con una mera reducción a la hora de dosificar, pudieran ser sopesados tanto los beneficios, como los probables perjuicios de los mismos. El ejemplo del litio podría ilustrar nítidamente este asunto. Pongamos por caso un niño o adolescente con un cuadro abrupto de desinhibición social (causada o no, por manía), las dosis deberían ser, no solo iguales, sino mayores que  las de los adultos; por el mero hecho de que la  farmacocinética y farmacodinamia de este producto en el joven pueda verse acelerada al funcionar su sistema hepático y renal mucho mejor que en otros rangos de edad, metabolizando de manera más rápida el fármaco y requiriéndose en este caso, si es que se quiere obtener el efecto terapéutico deseado, concentraciones plasmáticas superiores también. (Salazar, Peralta y Pastor, 2005).

b)      Por otro lado, en un curioso y elegante experimento, tras “seis meses” de tratamiento con “clonazepam”, la benzodiacepina más potente en el mercado, (tanto es así que su uso ha quedado relegado según los catálogos de especialidades farmacéuticas para crisis tónico-clónicas y epilepsias -de pequeño mal- como inmejorable anticonvulsivo), los investigadores de este estudio sugirieron a la mitad de sus pacientes con fobia social, la continuación del tratamiento consumiendo durante otros cinco meses más el fármaco; y a la otra mitad del grupo, se le propuso la interrupción de la medicación, paulatinamente a unos y bruscamente a otros (por medio de placebo con doble-ciego); es decir, a unos se les redujo el consumo del citado fármaco a dosis de 0.25 mg. cada dos semanas y a los otros se les dio un comprimido inocuo, o sea se les interrumpió el tratamiento de forma brusca, (siendo ingenuos en este aspecto tanto los médicos como los pacientes). A los sujetos que continuaron el tratamiento durante los once meses en total, se les instauró la misma pauta de retirada  descrita. Se utilizaron tres escalas de fobia social para la medición de la significación clínica de la farmacoterapia, así como para la severidad de los síntomas de deprivación del fármaco o abstinencia.

Pues bien, los resultados mostraron que las tasas de recaída para el grupo que continuó con el clonazepam hasta los once meses fueron del 0%; es decir, superaron el problema todos sin excepción, según las medidas tomadas. Mientras que se llegó a un 21.1% en el grupo que “sí” cesó el consumo del fármaco a los seis meses. Independientemente de que la reducción fuera brusca o, gradual, tanto para los primeros como para los segundos. (Connor et al.).

En cuanto a la severidad de los síntomas de retirada, todos los sujetos de interrupción paulatina informaron que no percibieron ningún efecto adverso; a excepción de los que la retirada fue brusca, indicando que sólo algunos notaron un leve disstress o malestar, pero que éste no requirió de atención especializada (u hospitalaria), no revistiendo problemas significativos.

c)       Sabido es que las benzodiacepinas poseen cinco efectos, unos terapéuticos y otros que, aún no siéndolo, se pueden utilizar en beneficio del paciente, a saber: ansiolíticos, sedantes, hipnóticos, miorrelajantes y amnésicos. Los efectos ansiolíticos y mio-rrelajantes son los únicos que persisten en el tiempo; el resto, cesan al continuar el paciente con el tratamiento durante unos cinco días. Es decir se produce una disminución de los efectos sedante, hipnótico y amnésico pasado este tiempo. Por lo que no es adecuado dudar (como se cita en el texto) sobre si el efecto esperado en este grupo de fármacos es debido a la “sedación”, desconociendo que lo que perdura, beneficiosamente, es el efecto ansiolítico puro. (Sthal, 2002); (Consejo Oficial de Colegios Oficiales de Farmacéuticos, 2005).

Estudios posteriores del tipo del de Connor et al. específicos para la fobia social y otros anteriores al de Ruiz, Martínez y Soler, 1994; (Cifr por Olivares y cols. en su libro, y que discutimos), como los de Draper sobre el bromazepam (Draper, 1975); Rickels sobre el cloracepato (Rickels et al., 1988) o Pollack sobre el alprazolam, (Pollack et al., 1993), aunque eso sí, para otros trastornos de ansiedad como el pánico, hacen que no estemos del todo de acuerdo con la referencia que se hace en el mismo sobre la no conveniencia de mantener por más de tres meses la continuación del tratamiento con benzodiacepinas, sea cual fuere el trastorno de ansiedad para las que fueron prescritas; incluyendo, claro está, la fobia social.

Otros argumentos, aunque de menor peso, son la evidencia de que disponemos en la clínica sobre que haya pacientes con fobia social y otros problemas de ansiedad que lleven más de cuatro años –a diario- tomando no uno, sino dos o más tipos de estos fármacos, sin que sus niveles de GGT hepáticos u otras enzimas (indicadoras de hepatotoxicidad por consumo de psicotropos), se vean alteradas.

La renuencia a prescribir este tipo de productos como las benzodiacepinas aduciendo  que crean dependencia no es entendible mencionando únicamente que los ISRSs por ejemplo, no la crean. Por no mencionar otros efectos secundarios (además de su alto coste) ¿cabría diferenciar entre “síntomas de retirada” –como los llaman- tales como: sofocos, mareos, agitación, ansiedad, cefaleas, náuseas y parestesias; a “síntomas de abstinencia” de las BDZs como: efecto rebote de ansiedad, dolores musculares, insomnio, irritabilidad e intranquilidad, hipersensibilidad a la luz o sonidos? ¿Podría algún profesional de la salud o farmacólogo informar qué diferencia hay entre unos síntomas y otros y, si son iguales o más peligrosos unos que otros?   
Prescindiendo de todas estas salvedades que el lector no debiera incluso tener en cuenta, ya que son nimias y normales por lo común en la preparación de cualquier manuscrito, y la perfección es un ideal, podemos decir eso sí que el libro de Olivares representa un vasto volumen de datos manejados con minuciosa escrupulosidad y bien representados históricamente hablando.
Sin sombra de duda, (a nuestro juicio), su trabajo constituye una de las pocas investigaciones más completas y fiables que se hayan escrito sobre la historia del problema de la fobia social en nuestro país: ni un solo dato carece de referencia precisa, ni una sola observación se hace sin fundamento documental. Su don como investigador se apoya sobre una meticulosa paciencia, y su paciencia se apoya sobre un rosario de hallazgos.

Para terminar, no podemos por menos que alegrarnos sobre la forma de abordar el problema – por los autores- de fobia social que desde hace tiempo ya empieza a manifestarse en nuestro país. Tras sus notables investigaciones que se centran sobre todo en aspectos de tratamiento (sin dejar de lado otros, como los de personalidad y evaluación), los lectores disponemos ahora de mucha más información de la que teníamos.
Si seguimos en esta línea habremos evitado la peor miseria que aqueja a los planteamientos habituales del asunto del trastorno de ansiedad social en la adolescencia: ignorar que este problema de conducta es “un mal menor” y que su remedio es el mero paso del tiempo.

Justamente por ello (y por otras cosas más), libros como el de José Olivares Rodríguez y cols. merecen ser leídos con detenimiento.


Referencias:

Connor, K.M.; Davidson, J.R.; Potts, N.L.; Tupler, L.A.; Miner, C.M.; Malik, M.L.; Book, S.W.; Colket, J.T.; Ferrell, F. (1998). Discontinuation of clonazepam in the treatment of social phobia.  J Clin Psychopharmacol. 18 (5): 373-8.
Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos. Catálogo de Especialidades Farmacéuticas. (2005). Madrid. Autor.
Draper, R. (1975). Clinical experience with Ro 5-3350 (bromazepam). J Int Med Res. 3 (3): 214-22.
Olivares, J.; Rosa, A.I.; García-López, L.J. (2004). “Fobia social en la adolescencia”. Madrid. Pirámide.
Pollack, M.H.; Otto, M.W.; Tesar, G.E.; Cohen, L.S.; Meltzer-Brody, S.; Rosenbaum, J.F. (1993). Long-Term outcome after acute treatment with alprazolam or clonazepam for panic disorder. J Clin Psychopharmacol. 13 (4): 257-63.  
Rickels, K.; Schweizer, E.; Csanalosi, I.; Case, W.G.; Chung, H. (1988). Long-Term treatment of anxiety and risk of withdrawal. Prospective compararison of clorazepate and buspirone. Arch Gen Psychiatry. 45 (5): 444-50.
Salazar, M.; Peralta, C.; Pastor, J. (2005). Manual de Psicofarmacología. Ed. Médica Panamericana.
Stahl, S.M. (2002). Psicofarmacología Esencial. Barcelona. Ariel Neurociencia.


Autor: Francisco Javier López González.
Psicólogo especialidad clínica 
Centro Médico Estación  

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